18 enero 2006

Urte berri on



31 de diciembre. 7 de la tarde. No sé si hemos descansado o simplemente relajado nuestras neuronas. Tengo la sensación durante todo el día que mi cuerpo esta como cuando te levantas después de una noche de borrachera. La diferencia es que mi cuerpo sólo me exige horas de sueño que, muy en contra de mi voluntad, no he podido retornarle. Será cierto eso de que el sueño no se recupera.
Después de la siesta nos levantamos y el plan es volver a ir de vinos. Por la tarde es turno de tintos. Aunque mi cuerpo me prohíbe que ingiera ningún tipo de alcohol le machaco con unos cuantos zuritos, menos peligrosos. Nos encontramos con Cele y Eva, dos amigas catalanas, que de casualidad están también de ruta por el norte y deciden hacer parada y fonda en Portugalete para compartir la noche más vieja del año con nosotras. La lluvia nos sorprende por las pendientes de las calles que se transforman en resbaladizos tobogans, un reto para nuestro estado y nuestros zapatos de tacón. Por muy bajos que sean la estabilidad no es la misma que las zapatillas. Después de repasar el mundo y las anécdotas del día hablamos de todo un poco y de nada, sabiendo que la noche nos espera entera y que tenemos todavía una cena por delante. Las chicas del Maresme regresan a su hotel y Sara, yo y Cristina a su casa para celebrar la Noche Vieja.
Una cena apetitosa: lomo, longaniza, jamón, txaca de la buena, langosta, langostinos percebes, almejas y nécoras. Sí, las nécoras también estaban. Muy a mi pesar intenté comer sin pensar en la vida que les habíamos arrebatado. Mordiscos torpes por mi parte. Confesaré y confieso que en mi vida había comido percebes, ni nécoras... ni nada que se le asemeje. Será que no estoy acostumbrada a esos lujos y tuve que pedir consejo para zampar y abrir correctamente esas delicias de mar. Me sentí un poco Julia Roberts en Pretty Woman y la escena del restaurante, aunque a favor mío jugaba en casa y la confianza era suficiente como para que el jugo de los percebes salpicara, con cariño, la cara del de al lado. Me franqueaban Sara y Fernando, el novio de Ainoa, la hermana de Cristina. Un chaval que entiende qué es eso del sentido del humor, alguien con quien no hace falta explicar las bromas porqué también las reparte. De hecho creo que hubo en la mesa un derroche de risas, uno de esos lazos invisibles que nos unen con la gente del País Vasco (súmesele también Navarra no vaya a ser que se enfade mi gente de Pamplona). En la mesa también estaban los anfitriones, Angelines y Paco, y el hermano de Cristina, Patxi y Rosa, su novia. Paco no paraba de hacer viajes mesa-cocina-cocina-mesa. Y tras cada plato vacío hacia aparecer otro repleto, como por arte de magia. Sara y yo no sabíamos si íbamos a reventar o ya directamente daríamos la bienvenida al nuevo año con doce almejas, prescindiendo de las uvas. Por suerte los racimos aparecieron y finalmente tras cada campanada intenté empujar un nuevo grano en mi boca. Llegó el 2006 y Portugalete estalló con el ruido de los petardos, de los fuegos artificiales, de las bengalas. Y dimos la bienvenida con cava del bueno, con el catalán. “Ni boicot ni ostias que somos vascos coño”, frase de Cristina al estrenar el año dejando el reiterado Estatut para otro día, hoy no toca!
Y tras el cava, y los postres, y los turrones, y el pastel... salimos a la calle. Sabía que mi digestión iba a ser de 10 horas como mínimo así que un poco de movimiento al cuerpo no nos fué nada mal. Caminamos unos 5 metros y fuimos al primer garito de la noche. Cuando el sol se esconde, en Portugalete los zuritos, el txacolí y los tintos ya son historia. A cierta hora de la noche ya se pasa directamente a los cubatas y para los que venimos de Barcelona los cubatas vizcaínos nos parecen vasijas interminables. Pero ahí estábamos, al pie del cañón, para no defraudar.

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